Arjona - 2017

Viviann Daza, en medio de su actitud extrovertida y en el rol de líder que le había sido asignado, ya había preparado a todos sus chicos mentalmente y les había dejado claro que debían desear lo mejor pero esperar lo peor.
El panorama que ella pintaba no era nada lindo, de hecho, se podría decir que llegaba a tal punto que más de uno simplemente quería botar la toalla, y aun ni siquiera era el momento de partir a su destino.
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De los siete personajes que continuaron la historia, cuatro eran Ibaguereños, dos niños, dos niñas. La mayor era caleña. La menor era rolita. El chico mayor era local, costeño, corroncho.
Cuando se repartieron las labores, empezó la organización de todo la semana. Planes, ideas, compromisos.
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Ya las maletas estaban lista y separadas por equipos. Los jóvenes se despedían y compartían la última comida juntos. Corrían un poco las lágrimas, aunque sabían que no sería más de una semana.
Ellos no sabían que semana les esperaba.
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Les habían prometido un viaje de 20 minutos, pero este se convirtió en uno de dos horas. No podían negar que la comodidad se sentía, y que las expectativas les carcomían las ansias.
Todo duro muy poco para lo que se avecinaba. Si ellos en realidad supieran a que se iban a enfrentar habrían agradecido más todos los privilegios con los que vivieron las anteriores semanas.
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En algún momento se quejaron por las duchas cortas y el escaso tiempo para arreglarse en las mañanas. Los desayunos pequeños y la repartición de quehaceres eran la charla de todos los días a las ocho con cuarenta. El correr de las mesas y rechinar de las sillas mientras organizaban el salón era señal de que la clase empezaría pronto.
La primera semana fue medianamente fácil. La energía sobrecargaba el aire cuando los 14 participantes estaban juntos. Risas dulces, algunas silenciosas y otras contagiosas eran el habitual de las tardes.
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Aunque les llamaran turistas ellos sabían que en realidad no lo eran. Tenían una labor mayor. Largos momentos gastaron en planeación; organizando el mensaje que iban a llevar, los tiempos que iban a gastar y labores específicos para cada uno.
Pero nada paso como ellos lo esperaban. La realidad era que básicamente sus planes habían salido mal… como el retrete que desbordo materia fecal como un volcán en erupción.
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El primer domingo y la primera salida a la playa. Salir a enfrentar el clima. Lucir como el rebaño de turistas que era fue incluso conmemoratorio. Veinte persona que juntos solo eran como cualquier grupo de peregrinos a los que se les nota que vienen de un millón de lugares diferentes. Casi como hablar un idioma nuevo
En la segunda semana ya se rozaban sensibilidades. Todos estaban un poco con la guardia alta, y dándose cuenta que una cosa es ver a tus amigos una vez a la semana por un par de horas y otra muy diferente vivir con ellos más de tres días.
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La experiencia de cambiar de comida enfermo a más de uno; a todos de diferentes maneras. La chica de Ibagué alta y esbelta había pagado el precio en la parte de entrenamiento. Suero -y no del costeño- fue la condena por tres largos días, dos botellas al día. Su cercana amiga, la chica de pelo rosa, una vez obsesa por las calorías y los carbohidratos estaba sometida a lo único que se les ofrecía. Que cambio de dieta tan radical.
Cuando cocinaban ellas no había problemas. Ese sazón sabor a hogar llenaba un poco el tanque de energía, y sus compañeros de travesía lo agradecían. Excepto el local, ese costeño corroncho.
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Definitivamente estaban agotados en la tercera semana. Solo les quedaba apelar al único que todo lo podía. Con la energía que renueva Dios y aprendiendo a mirar a todos como Él los mira, se asumieron las dos semanas que seguían.
Llamadas a casa y palabras de aliento, era lo mejor a lo que se podía tener acceso. La única medicina que el cuerpo aceptaba como dopamina. Incluso a kilómetros de distancia.
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Desde el momento en que el bus entro al pueblo el aire cambio. Y no solo lo digo literalmente. La comodidad del aire acondicionado y la sensación de frió en la piel habían quedado en el olvido. Ahora vivían la humedad de la región, incluso cuando estaban a tan largo camino del mar.
Los 31.5 kilómetro que aproximadamente habían recorrido eran ahora el final del camino y el pueblecillo les daba la bienvenida a los siete “turistas”.
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Después de que se marchara el vehículo que los había transportado quedaron en la puerta de la casa, con maletas y bolsas cargadas de implementos que necesitarían para escasamente sobrevivir.
Se dieron cuenta que lo peor que podían imaginar era incluso más malo de lo que en realidad eran las cosas. No era el paraíso en el que vivieron antes, pero era mejor de lo que su imaginación les había ofrecido, y mejor de lo que la mayor del grupo les había planteado.
Mientras se instalaban en su nuevo hogar, agradecidos de que la situación no fuera tan mala. No dejaban pasar por alto que ahora estaban condenados a “playa baja” y que a partir de ese instante nada sería como les gustaría.
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Viviann Daza, en medio de su actitud extrovertida y en el rol de líder que le había sido asignado, en algún momento preparo a todos sus chicos mentalmente y les dejo claro que debían desear lo mejor pero esperar lo peor.
El panorama que ella pintó no era nada lindo, de hecho, se podría decir que llegaba a tal punto que más de uno simplemente quiso botar la toalla. La diferencia era que ahora ya habían cumplido con su labor, y aunque contra corriente, había sido muy satisfactorio.

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