Invierno
Cada vez que escuchaba a mi madre llorar desde su habitación,
quería poder levantarme de la cama y enfrentar al demonio causa de todos
nuestros males. Una vez, incluso llegue a tomar el pomo de la puerta en mis
manos temblorosas; pero eso solo fue una vez. Hoy quería ser valiente; ser todo
lo que necesitaba ser, todo lo que soñaba ser… pero una cosa es querer y desear
y otra muy diferente es lograr hacerlo. Así que lo único que conseguía realizar
con mis fuerzas era esperar a que no entrara en mi cuarto.
Mis nudillos blancos de hacer fuerza con mi puño cerrado tomando la
cobija vieja y roída -que en un principio fue gruesa para el invierno- se
chocaban con mi respiración en ellos. El aire que me envolvía era caliente, mi
posición fetal de espaldas a la puerta y mi envoltura de capullo no ayudaban en
nada a que mi cuerpo lograra entrar a una estabilidad calórica, y sin olvidar
que afuera estábamos a menos dieciocho grados y en la casa solo a cinco grados.
Los recurrentes escalofríos esta noche estaban aún peor que nunca. No podía
quejarme con nadie. No había nadie que quisiera escuchar a un llorica como yo. Como
sea, mamá siempre dice que hay niños en la calle en peor estado que yo y que
ellos querían todo lo que yo tenía, también dice que debo agradecer todo…
incluso el estar vivo, aunque en realidad no lo agradezca.
El llanto agudo y lastimero de la habitación al final del pasillo
se escuchaba como si estuvieran en mi oreja, y aunque intentaba recordar que
estaba tirado solo en el catre de mi habitación de dos-por-dos, nada lograba
que se escuchara lejos… o que no se escuchara. Los ruidos acompañantes del
llanto me hacían saltar ocasionalmente, el romper de los vidrios conseguidos en
la última semana, y que todo lo del resto de la casa fuera movido con
brusquedad, su catre más grande que el mío, el viejo ropero robado, la cosa que
pasaba por comedor, el televisor de por lo menos veinte años de antigüedad, las
viejas sillas de madera de la madre del esposo número siete de mamá y la nevera
que se encontró papí en un basurero lograban alterar mis nervios cada vez que
sonaban, y aunque no era nada nuevo y ya reconocía el ruido de los contados
objetos de la casa, me asustaban siempre, el terror en mi crecía cada vez más y
más.
El invierno lo hacía peor, no por el hecho de no poder salir a
correr y escapar, aunque al final siempre me encontrara y me trajera de vuelta,
sino que literalmente el invierno emporaba su estado. Hoy tenía que ser
probablemente el día más frio del año, exactamente las mismas fechas del día más
frio del año pasado, del antepasado y el anterior a ese. Probablemente debería
acostumbrarme a esto y actuar como se me pedía que actuara, que cediera y
complaciera, que no salieran lágrimas de mis ojos y solo me dejara hacer. No
podía aceptarlo.
No siempre había sido así. Recuerdo años anteriores, mucho antes de
llegar al lugar peor lugar del mundo, el lugar que se convertiría en una
tortura eterna. Cuando vivíamos en el clima tropical del medio oriente era muy
rara la vez en que se alteraba, también era muy rara la vez en que el frio era
tan potente. Extraño esos tiempos, donde éramos un intento de familia feliz.
Recién nos mudamos, todo no era tan malo, buscaron ayuda y todo
parecía igual a mi hogar. Pero el tiempo paso y los medicamentos dejaron de
funcionar, la enfermedad evoluciono y mi vida se iba volviendo peor. En el
intento de verano de esta ciudad, en realidad no era verano solo el sol
intentaba alumbraba un poco de más, sus ataques los podíamos controlar, cuando
el invierno empezaba empeoraba la situación al mil por ciento, pero hoy era el
peor día del año, y yo lo sabía, sabía que mi turno había llegado, ella estaba
sufriendo, ahora era mi tiempo de sufrir para que fuera feliz.
Los ruidos al otro lado de la puerta se detuvieron de un momento a
otro, cualquiera podía pensar que ya todo había pasado, y técnicamente todo
había pasado, pero para mí venia ese infame momento. Ya no reconocería a esa
persona, dejaría de ser la luz de la vida para mí y empezaba a ser mi mayor
pesadilla.
El pomo de la puerta de mi habitación empezó a girar, sería el
instante en el que el cerrojo haría su trabajo, pero se aseguraron de
destruirlo hace ya mucho tiempo. No había nada que pudiera hacer; si antes
estaba temblando ahora parecía en vibración constante, la puerta choco de
manera estrepitosa contra la pared y yo brinque en mi posición, aunque parecía
frágil su fuerza era más que increíble, rapó mi cobija y quede totalmente
desprotegido, la desnudez de mi cuerpo era completamente visible y eso parecía
gustarle.
Se acercó como si tratara con el animal más salvaje del mundo,
aunque sabía que yo probablemente era la creatura más frágil que alguna vez
conocería. Sus manos recorrieron mi cuerpo de la manera más despreciable que
alguna vez lo había hecho, no se comparaba en nada a los momentos en que me
abrazaba con amor más puro.
Cuando esto empezaba mi mente se desconectaba con lo que pasaba a
mi alrededor, entraba en un punto tan muerto en mí que ya no sentía nada de lo
que me hacían, pero era tan falso que cuando se cansaba y se iba… si se cansaba
y se iba, podría recordar hasta la más mínima cosa de lo que hacía de mí, o
conmigo, o por mí.
Había cogido practica en lo de llorar sin ruido en lo absoluto,
solo salían lágrimas de mis ojos, y aun así eso le molestaba. Y aunque no
profería gemido alguno mí cuerpo traicionero no dejaba de sentir placer por lo
que hacían en él y con él. Los minutos se convertían en horas y yo los sentía
como siglos, ese día no salió el sol y eso motivaba a seguir, para mi eran años,
incluso décadas de una tortura, engañada por mi cuerpo que también la alentaba
en continuar.
Uno de los siguientes días al más frio del año era mi cumpleaños,
nunca sabía que fecha era exactamente pero en sus momentos de lucidez en los
días de verano ella prometía que lo íbamos a celebrar a lo grande. Después de
años de tortura por fin podía irme, ya era absolutamente legal que me fuera de
casa, pero no me atrevía a hacerlo. Me había prometido a mí mismo que esta sería
la última vez en que mi madre hacía de mi lo que quería, la última vez en que
yo dejaba de ser un niño y empezaría a defenderme como un hombre.
Ese día no salió el sol y mamá continuo conmigo sin descansar, sin
necesidad de comer, sin necesidad de dormir. Era como un monstruo, el monstruo
de mi mamá, la mamá monstruo. Paso el simbólico día de mi tan anhelado
cumpleaños. Paso el día de mi escape. Ahora no podía hacer nada. Ya no tendría
razón para escapar. Igual no soy lo suficiente valiente para hacerlo. No sabía
hacer nada, solo había sido el hijo de mamá. Y lo seguiría siendo para siempre.
FIN
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